martes, 5 de marzo de 2013

pregunta

Pero, ¿qué hace que aún pensemos que esto es algo nuevo?, ¿por qué las mujeres todavía sentimos que hay espacios privados para nosotras y desconocemos nuestros derechos?, ¿por qué incluso aún hay mujeres que sufren la violencia doméstica quese sufría en el siglo XVIII? y ¿por qué el feminismo ha sido algo silenciado?

La querella de las mujeres

La Querella de las mujeres El Renacimiento conllevó el cuestionamiento de muchas tradiciones heredadas. Pocas cosas cambiaron sin embargo en la vida de las mujeres, que incluso vieron restringirse los espacios de libertad que habían disfrutado en épocas anteriores ante el avance de los poderes del Estado y el control religioso. Los valores del humanismo -educación, individualismo, virtud cívica- a pesar de su barniz de universalidad, excluyeron a las mujeres. Los humanistas mantuvieron las antiguas tradiciones que promulgaban la inferioridad natural de la mujer, incluso aquéllos que defendían un cierto acceso de las mujeres a la cultura. En estas circunstancias, las mujeres elevaron su voz por vez primera para negar la inferioridad femenina. Los cambios que conllevó el inicio de la Edad Moderna en Europa habían pronunciado la disparidad entre mujeres y hombres, mientras que la noción renacentista de la potencialidad humana y los beneficios de la economía mercantil hicieron posible que las mujeres de la burguesía tuvieran un mayor acceso a la cultura. De entre las mujeres cultas de estos siglos surgieron las primeras voces feministas. Se ha escrito que el feminismo es la historia de una negación. Sus inicios, entre los siglos XV y XVIII, fueron también una estrategia de negación. Las primeras feministas escribieron para denunciar el error de los enunciados patriarcales sobre la inferioridad femenina, reivindicando el derecho de las mujeres a la educación y denunciando las formas predominantes de dominación masculina. El feminismo tuvo su inicio en Europa a principios del siglo XV con la llamada "Querella de las mujeres", polémica literaria y filosófica sobre la naturaleza y valor del sexo femenino, en la que participaron tanto letrados varones como autoras femeninas. La Querella se prolongó hasta el siglo XVIII y tuvo mayor relevancia en distintos momentos. Desde el siglo XIV, los eruditos iniciaron una discusión acerca del grado de humanidad y de la naturaleza de las mujeres, confrontándolas con el modelo masculino y siguiendo una tradición de oposiciones binarias muy característica del pensamiento patriarcal. También las mujeres participaron activamente en este debate para defenderse de las acusaciones de los ilustres varones. Christine de Pisan (c.1365-c.1430), escritora de la corte parisina cuyas obras alcanzaron gran difusión, escribió en 1405 su obra La ciudad de las damas. En ella, la autora describía cómo su razón se había rebelado contra las opiniones de los eruditos que atacaban a las mujeres y había deseado escribir en contra de tan autorizados varones. Sin embargo, su respeto a la tradición literaria masculina, de la que se había alimentado, debilitaba su propósito. Christine contaba al comienzo de su libro que, encontrándose atribulada por este motivo, se le aparecieron tres damas, Razón, Rectitud y Justicia, que le dijeron: “Hemos venido a desterrar del mundo el mismo error en el que tú has caído, para que de ahora en adelante las damas y todas las mujeres valientes tengan refugio y defensa frente a sus numerosos agresores”. Christine rechazó así la autoridad masculina y se apoyó en una genealogía femenina que le dio fuerzas para emprender su obra de negación. Para ello, hizo de su sentirse mujer la clave para denunciar la sinrazón de las acusaciones masculinas. Christine de Pisan creó en su Ciudad de las damas una “ginecotopía” que tendría gran influencia en autoras posteriores, una ciudad fundada sobre “el campo de las letras”, donde las mujeres habitarían sin temor. Afirmó que la inferioridad de las mujeres no se debía a su condición natural, sino a la carencia de educación y que “todo aquello que es factible y cognoscible, ya esté relacionado con la fuerza física o la sabiduría de la mente y con todo tipo de virtud, les resulta a las mujeres posible y fácil de llevar a cabo”. Otras muchas mujeres participaron en la querella y escribieron con conciencia feminista. La francesa Marie de Gournay (1566-1645) escribió en 1622 su obra La igualdad de hombres y mujeres y otros panfletos feministas en los que defendía a las mujeres del presupuesto de su inferioridad. En estas primeras feministas, la defensa de las mujeres se hizo a través del concepto humanista de virtud, que hacían extensivo a todo el género humano como creación de Dios. Entendían que las razones de los hombres tenían su origen en la envidia y en el hábito de la costumbre. Bathsu Pell Makin (c.1608-c.1675), educadora inglesa, escribió: “La costumbre bárbara de dar a las mujeres una crianza mezquina se ha generalizado entre nosotros, y se ha mantenido hasta el extremo que se cree en realidad ... que las mujeres no están dotadas del mismo raciocinio que los hombres”. Invocaron a la razón, a la educación y a la virtud para rechazar la tradición patriarcal. Su primer campo de batalla fue la educación. Estas mujeres, herederas de la tradición humanista, consideraban el estudio como fuente de virtud, y defendieron la necesidad de conceder a las mujeres la misma educación de que gozaban los varones, no con el fin de servir mejor a los hombres, sino por su necesidad natural de perfección. Su lucha fue también la denuncia de los malos tratos y la brutalidad con que eran tratadas las mujeres por los hombres que tenían más próximos: sus padres, sus maridos, sus hermanos. Vindicaron además una genealogía de autoridades femeninas para apoyar sus escritos y respaldar sus experiencias